El
título rotula lo último que dijo el paracaidista austríaco, Felix Baumgartner,
antes de arrojarse desde la estratosfera. Que saltara desde 39.068 metros o
volara a una velocidad de 1.342 km/h es algo que todos conocemos. No vengo a
hablar de estadísticas, ni de números, ni incluso de récords (que los tiene).
Vengo a hablar del salto, de su significado (para mí), de lo que supone (para
todos) y de lo que fue. No sería honesto conmigo mismo si no dijera que ha sido
una de las escenas más poéticas que recuerdo ver en directo (si es que esto del
directo importara para ser poético o no). La hazaña tenía ese halo de intriga y
suspense, que aun a sabiendas del riguroso control del que gozaba, siempre
quedaba en nuestro interior ese “quizás” fatídico, nervioso, que podía llevarlo
todo al traste. Pero no. Felix Baumgartner lo hizo. Saltó desde los 39.068
metros enfrentándose al mundo, a su mundo y al nuestro, al único que conocemos
en el que podamos estar y el único en el que, a la espera de nuevos hallazgos,
estaremos durante unos cuantos años más. “A veces tienes que subir hasta muy
alto para ver lo pequeño que eres” son las intensas y entrecortadas palabras
que logró decir Baumgartner antes de precipitarse al vacío. Al vacío que había
entre él y la Tierra.

Imagine
ahora que es usted y no la sonda espacial la que está a 6.000 millones de
kilómetros, rodeado de silencio, negrura y espacio infinito ¿qué sentiría?
Quizás vería, si fuera capaz de verlo, a su planeta con nostalgia. No una
nostalgia cualquiera. Una de esas que se agarran a la piel para quedarse. La
certeza de que nunca volverá a pisar tierra firme, ni oler la brisa o tocar el
agua. Por supuesto que tampoco volvería a ver a su familia ni a sus amigos, ni
a sus enemigos. A nadie. Usted se gira, en las empíreas regiones de nuestro
sistema solar, para despedirse de su lugar en esa inconmensurable y cada vez
más extraña cosa llamada "universo". ¿No sentiría entonces un deseo
violento, enloquecido, de volver? ¿No se daría cuenta de cuánto ama o, al menos
quiere, a ese diminuto punto casi imperceptible, casi de mentira, que supone el
lugar donde está usted ahora mismo? Quizás sea demasiada pretensión imaginarse
en una situación así pero intente hacer el ejercicio por un momento.
Calculemos,
pues, 39.068 metros que es donde se encontraba Felix Baumgartner, cara a cara,
ante la pequeña inmensidad que supone estar frente a un planeta. Privilegio
reducido a una única persona en la Tierra: él. Uno no sube hasta los límites
permitidos por nuestra gravedad y salta sin más. Prepara algo, unas palabras o
a lo mejor es en el momento donde salen esas reflexiones, no lo sé, pero no se
queda callado. Entonces es ahí, en esos instantes, cuando se tiene que dar
cuenta de que está solo. No hay nadie más a su alrededor. Nadie. Volver a casa
es lo único que vale. Y saltar. No titubeó, como se espera de un hombre que
lleva cinco años preparándose para la ocasión, pero sí que dedicó estas
palabras sinceras, breves y profundas. Aun con la dificultad que le suponía
hablar por el limitado oxígeno del que disponía y con la compostura del que se
enfrenta ante el abismo, ese abismo que devuelve la mirada, las palabras de
Baumgartner son de esos breves pero grandes discursos que se graban a fuego en
la memoria, para siempre. Carl Sagan, su punto azul pálido y Felix Baumgartner.
En eso pensé. Cuando vi asomar las piernas del paracaidista del pequeño
habitáculo y de fondo, ese fino contorno delineado de color azul, entendí que
el hombre, en sus ínfulas más peregrinas, había logrado un sueño milenario:
observar desde el punto más alto posible su casa, su lugar en el velo espacial,
prácticamente desnudo, sin un cristal y una cápsula que lo parapetase. El
hombre en relación directa con su lugar en el universo, su grano de arena. No
sé hasta dónde será capaz de llegar el hombre y la humanidad en su extensión.
No creo que nadie pueda imaginar hacia dónde nos llevará esa locura de la
soberbia humana que decía el maestro neoyorquino en su genial texto. Pero no
hay palabras más acertadas, y que nos hagan reflexionar más, que estas últimas
de Baumgartner: "Ahora vuelvo a casa", su casa y la nuestra. Nuestro
punto azul pálido.
F.Jiménez
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