jueves, 27 de marzo de 2014

El adiós sin voz de Leopoldo

        
        
          Marzo se nos va y con él el mes en que murió Leopoldo María Panero. No comenzaba bien la cosa y ya sabe el dicho, marzo acaba adornando nuestro Hall of Fame con Adolfo Suárez. Pero eso es otra historia, con buitres revoloteando en todas las cadenas, picoteando un cadáver fresco y llevándoselo muerto. Pero nosotros a lo nuestro, a Leopoldo María.

        El 5 de marzo nos dejaba el último de los Panero poeta. Con él acaba una estirpe propia de García Márquez. Una estirpe condenada a la desdicha y a la desaparición. Se nos ha ido el último bastión del malditismo poético español. El poeta.

Aquel hijo de poeta falangista (falangista y borracho) y de madre escritora, que coqueteó con el comunismo, su aspecto de niño bien, sus estudios en el Liceo italiano, su devenir con las drogas, el alcohol y el amor. Aquel que buscaba bronca, que no hablaba, que afrontó su vejez entre tiempos de recreo, aquel que miraba con ojos de yo qué sé y a saber qué quería. Aquel que amaba a Peter Pan. La esquizofrenia y la paranoia lo diluyó por toda España, entre psiquiátrico y psiquiátrico. Su persona se fue encerrando en sí misma. Sólo él sabe en qué rincones se escondía.

        Lo descubrí hace un tiempo durante mis años de carrera y no fue en los libros. La suerte quiso que me tropezara con esa obra de arte del cine que se llama “El desencanto” (1974) de Jaime Chávarri. La vi comenzada, quince minutos a lo sumo, y ya no pude despegarme de la pantalla. Si uno se adentra en la vida de los Panero, difícilmente podrá desquitarse de su magnetismo. Véanla. Allí podrán vislumbrar algo de Leopoldo María Panero, quizás un bosquejo pero, si solamente uno se ve atraído por su insondable personalidad, aquella que lo volvió loco, entonces, quizás, pueda adentrarse en su poesía. Una poesía que quedará para siempre entre las letras de oro de este país.

        No vengo a repasar su vida ni su obra. Me gustaría que las descubrieran ustedes por su cuenta y riesgo. Sólo vengo a dejar constancia. A levantar acta notarial. Leopoldo María Panero murió en Las Palmas de Gran Canaria a medianoche. Quizás encontró el momento idóneo, el instante perfecto para descubrir el camino, para ver esa segunda estrella a la derecha que le llevara al país de Nunca Jamás. En las televisiones no hubo buitres revoloteando.
 
 […]yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema.
                                        Leopoldo María Panero ("Dedicatoria")

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