jueves, 27 de marzo de 2014

Es para sentirse cableado.

Viñeta de Forges

Como en todo, si remontamos tiempo atrás, es muy probable que nunca encontremos el primer caso, el primer ejemplo de algo. Quizás sea porque es muy probable que aquello que buscamos sea un rasgo inherente a nuestra condición humana, lo que quiere decir que sea un hecho que se reproduzca en diferentes partes del mundo, a la misma vez y sin ninguna conexión aparente. Me reafirmo como un ignorante excelso en materia sociológica y antropológica pero creo que se habrá escrito mucho y bien de los rasgos que una vez tuvimos siendo monos, cuando aún nos costaba bajarnos de las ramas y que después de unos cuantos miles de años se han ido transformando en comportamientos vagos de lo que un día nos movió por la Tierra. Una especie de recuerdo lejano que le cuesta despojarse de nosotros.

        Hace miles de años, cuando todavía éramos cazadores-recolectores (aún existen) las sociedades necesitaban relacionarse y envolverse en entornos de confianza, respaldarse en caras conocidas, reagruparse en su propia tribu o grupo familiar. Es muy fácil entender que entre nómadas existiera algún tipo de acuerdo, de puro interés económico y social para la salvaguarda de su propia gente. Es un gesto loable, sin duda. ¿Quién no está dispuesto a defender y buscar por todos los medios el beneficio de su gente? 

Con la llegada de las formas políticas modernas, el hombre que ocupa o ha ocupado un cargo de poder ha buscado siempre rodearse de gente leal, de confianza, gente que en definitiva, no hiciera peligrar su puesto y de alguna forma le diera una cierta estabilidad y tranquilidad al cargo. Es una especie de paliativo, de casco protector para que la espada de Damocles no les abra la cabeza en dos como un melón.

Esto no me lo invento yo, lo dice la historia: desde tiranos atenienses, emperadores romanos, Papas y reyes hasta dictadores, presidentes de gobierno o alcaldes… En todos estos cargos encontrarán sin mucho esfuerzo sus elecciones a dedo, sus prebendas a familiares, sus “llamaditas” de un momento, sus “yo me encargo”  a amigos, etcétera, etcétera, etcétera.  Y estoy siendo bastante amable (y sólo en política). Somos un ser eminentemente social y familiar. Busque cualquier ámbito donde alguien con un mínimo de poder y responsabilidad no quiera beneficiar al sobrino de turno, al hijo del amiguísimo de turno, al primo, la prima o la madre que lo parió. El fin es ayudar al pariente, al amigo, al amigo del amigo. A veces el cable es simple y llanamente una ayuda sin ningún interés encubierto. Otras, el enchufismo esconde una cáscara frágil de objetivos, de edulcorada bondad, de puro interés personal. Aunque sigue siendo una ayuda digna de un buen familiar, ¿no? Se me saltan las lágrimas.

Pero no nos engañemos. Siempre hemos sido así. Por alguna razón nos creímos que éramos un estado meritocrático donde el mérito, la competencia pura y dura, estaba al servicio del Estado. Una, con perdón, mierda. Siempre hemos sido un país nepótico, no se confundan. ¿Pero hay gente que sí ha obtenido su puesto por méritos propios? Por supuesto, muchísimos. Pero aunque la mona se vista de seda, querido lector, España no dejará de ser una república bananera. No se vayan tan lejos, el verdadero caldo de cultivo se cuece en los pueblos. Aquí mismo, en Águilas. Digan que no conocen ningún caso, ninguno de puro enchufismo. Me da igual dónde sea y en qué ámbito. Todos sabemos por dónde se mueven. Díganse que no saben de ningún primo o cuñado, tío o sobrino, hijo, mujer o marido, y se estarán engañando.

El porcentaje es tan alto que hasta puede ser uno de esos beneficiarios sin ningún jodido mérito el que esté leyendo esto y lo sabrá y quizás hasta se indigne oiga, que en España hay gente para todo. Pues que se indigne. Ha tenido mucha suerte nacer en un pueblo como este, que no se diferencia mucho de otro cualquiera. Es más, todos son iguales, todos los pueblos de este país son cortijos, no sólo en su vertiente política sino en todo. A este lector enchufado no se le caerá la cara de vergüenza. Esto es así, mientras no se le toque la saca, los palos pueden caer del mismo cielo.

Quizás por eso nos gusten tanto las películas sobre la mafia, ¿no? Empatizamos rápido. El “todo por la familia”, la lealtad, la confianza y la influencia. Y malinterprétenme.
¿Pero saben lo peor? Lo peor no es que esta actividad digna de categoría olímpica siga produciéndose; lo peor no es que nos encontremos tomando café con un regalado, un enchufado medalla de oro, sonriente y despreocupado; lo peor de todo, querido lector, es que, tal y como están las cosas, todos estaríamos dispuestos a aceptar un trabajo así si se nos presentara la ocasión. Somos así.

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