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Viñeta de Forges |
Como
en todo, si remontamos tiempo atrás, es muy probable que nunca
encontremos el primer caso, el primer ejemplo de algo. Quizás sea porque
es muy probable que aquello que buscamos sea un rasgo inherente a
nuestra condición humana, lo que quiere decir que sea un hecho que se
reproduzca en diferentes partes del mundo, a la misma vez y sin ninguna
conexión aparente. Me reafirmo como un ignorante excelso en materia
sociológica y antropológica pero creo que se habrá escrito mucho y bien
de los rasgos que una vez tuvimos siendo monos, cuando aún nos costaba
bajarnos de las ramas y que después de unos cuantos miles de años se han
ido transformando en comportamientos vagos de lo que un día nos movió
por la Tierra. Una especie de recuerdo lejano que le cuesta despojarse
de nosotros.
Hace
miles de años, cuando todavía éramos cazadores-recolectores (aún
existen) las sociedades necesitaban relacionarse y envolverse en
entornos de confianza, respaldarse en caras conocidas, reagruparse en su
propia tribu o grupo familiar. Es muy fácil entender que entre nómadas
existiera algún tipo de acuerdo, de puro interés económico y social para
la salvaguarda de su propia gente. Es un gesto loable, sin duda. ¿Quién
no está dispuesto a defender y buscar por todos los medios el beneficio
de su gente?
Con
la llegada de las formas políticas modernas, el hombre que ocupa o ha
ocupado un cargo de poder ha buscado siempre rodearse de gente leal, de
confianza, gente que en definitiva, no hiciera peligrar su puesto y de
alguna forma le diera una cierta estabilidad y tranquilidad al cargo. Es
una especie de paliativo, de casco protector para que la espada de
Damocles no les abra la cabeza en dos como un melón.
Esto
no me lo invento yo, lo dice la historia: desde tiranos atenienses,
emperadores romanos, Papas y reyes hasta dictadores, presidentes de
gobierno o alcaldes… En todos estos cargos encontrarán sin mucho
esfuerzo sus elecciones a dedo, sus prebendas a familiares, sus
“llamaditas” de un momento, sus “yo me encargo” a amigos, etcétera, etcétera, etcétera. Y
estoy siendo bastante amable (y sólo en política). Somos un ser
eminentemente social y familiar. Busque cualquier ámbito donde alguien
con un mínimo de poder y responsabilidad no quiera beneficiar al sobrino
de turno, al hijo del amiguísimo de turno, al primo, la prima o la
madre que lo parió. El fin es ayudar al pariente, al amigo, al amigo del
amigo. A veces el cable es simple y llanamente una ayuda sin ningún
interés encubierto. Otras, el enchufismo esconde una cáscara frágil de
objetivos, de edulcorada bondad, de puro interés personal. Aunque sigue
siendo una ayuda digna de un buen familiar, ¿no? Se me saltan las
lágrimas.
Pero
no nos engañemos. Siempre hemos sido así. Por alguna razón nos creímos
que éramos un estado meritocrático donde el mérito, la competencia pura y
dura, estaba al servicio del Estado. Una, con perdón, mierda. Siempre
hemos sido un país nepótico, no se confundan. ¿Pero hay gente que sí ha
obtenido su puesto por méritos propios? Por supuesto, muchísimos. Pero
aunque la mona se vista de seda, querido lector, España no dejará de ser
una república bananera. No se vayan tan lejos, el verdadero caldo de
cultivo se cuece en los pueblos. Aquí mismo, en Águilas. Digan que no
conocen ningún caso, ninguno de puro enchufismo. Me da igual dónde sea y
en qué ámbito. Todos sabemos por dónde se mueven. Díganse que no saben
de ningún primo o cuñado, tío o sobrino, hijo, mujer o marido, y se
estarán engañando.
El
porcentaje es tan alto que hasta puede ser uno de esos beneficiarios
sin ningún jodido mérito el que esté leyendo esto y lo sabrá y quizás
hasta se indigne oiga, que en España hay gente para todo. Pues que se
indigne. Ha tenido mucha suerte nacer en un pueblo como este, que no se
diferencia mucho de otro cualquiera. Es más, todos son iguales, todos
los pueblos de este país son cortijos, no sólo en su vertiente política
sino en todo. A este lector enchufado no se le caerá la cara de
vergüenza. Esto es así, mientras no se le toque la saca, los palos
pueden caer del mismo cielo.
Quizás
por eso nos gusten tanto las películas sobre la mafia, ¿no? Empatizamos
rápido. El “todo por la familia”, la lealtad, la confianza y la
influencia. Y malinterprétenme.
¿Pero
saben lo peor? Lo peor no es que esta actividad digna de categoría
olímpica siga produciéndose; lo peor no es que nos encontremos tomando
café con un regalado, un enchufado medalla de oro, sonriente y
despreocupado; lo peor de todo, querido lector, es que, tal y como están
las cosas, todos estaríamos dispuestos a aceptar un trabajo así si se
nos presentara la ocasión. Somos así.
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