Hace
un tiempo que en las tardes de solaz y aburrimiento, cuando el tedio aprieta
sus garras para no dejarme escapar, me propongo a mí mismo un juego. Un juego
absurdo, intrascendente, pero que llena esa hora mortal con curiosidades e
historias que de otra manera no hubiera accedido a ellas. No recuerdo muy bien
el momento exacto en que se iluminó la bombillita con aquella estupidez, pero
bien les digo que no me arrepiento en absoluto. Este juego tiene su tinte de
azar, suerte y, por supuesto, de tiempo libre. Es sencillo a la par que
efectivo. Procedo:
Cuando el sopor les inunde, hagan
esto. Fíjense en el día en que estén. Esto es importantísimo porque de lo
contrario…bueno, de lo contrario nada, es una gilipollez, pero tengo que
ponerle reglas y como es mi juego, pues ale. A eso estamos, cojan la fecha en
la que se encuentren agonizando de aburrimiento, váyanse a ese santo buscador
yankee e introdúzcanla. ¡No pongan el año, sólo el día y el mes! Cuando estemos
dentro del primer enlace que nos dé el buscador, Wikipedia (ese otro santo para
los estudiantes de secundaria) nos organizará todos los hechos más relevantes
de la historia que hayan sucedido en ese día, en ese mismo día en que se
encuentran ustedes. ¿No les parece increíble? ¿Quién nos lo iba a decir? Pero
la ciencia no se conforma con eso y además, para nuestro deleite, también nos
aporta las fechas de nacimientos y muertes de personajes importantes, menos
importantes, relevantes, menos relevantes y personajes que sería mejor no haber
sabido nada de ellos, y todo esto sólo con un clic. El sueño de Asimov hecho
realidad. Maravilloso.
Como
el juego es de azar, deben elegir, sin ningún miramiento, el primer artículo a
vuelapluma. Con los ojos cerrados, mirando a un lado, como quieran. Pero no
miren. Y ya está. ¿Sencillo y estúpido verdad? Pero puede que les dé sorpresas,
puede que ese día mortal de necesidad se convierta en un día con historias
épicas, traiciones políticas, guerras, héroes, grandes personajes, personajes
menores y personajes olvidados, o puede que el juego no dé más de sí y les
ofrezca a personajes que no les reporte mayor inquietud. Para eso hay otra
regla. Consiste en romper todas las reglas e ir leyendo por encima los
titulares que nos ofrecen las efemérides.
Como diría un amigo, “guarismos
aparte”, hoy vengo a contarles una historia que descubrí haciendo esta memez,
una memez que me llevó a conocer a un personaje, ¿cómo llamarlo, breve? Puede
ser, sí, un personaje breve pero intenso, como el buen café, de sólo 4 días de
vida pero con toda una historia detrás. Si les digo que fue rey, ¿qué me
dirían?
“1316: Juan I de Francia, el Póstumo
(5 días de edad), rey francés y navarro” así rezaba el hipervínculo de
Wikipedia aquel 19 de noviembre del año que se nos ha ido. Rey. Todo un rey de
cinco días. ¿Quién podría decir más en menos? Pero el artículo era escueto, no
aportaba demasiado, así que me vi obligado a investigar un poco por mi cuenta.
La historia que descubrí, sencillamente, me alucinó.

Las leyes prohibían que una mujer se sentara
en el trono del reino, por lo tanto, Juana II de Navarra quedaba descartada por
completo. En las altas esferas de la corte, la sospecha de un envenenamiento
empezó a cobrar fuerza y la sombra de la traición y la ambición cubría gran
parte del cielo galo. La expectativa de que del vientre de Clemencia saliera
una niña, ponía en el disparadero de salida a Felipe, apodado El Largo, conde de Poitiers, y hermano
de Luis X. Si de Clemencia de Hungría no salía un varón, Felipe el Largo se
erigiría como legítimo rey de Francia.
Pero el día llegó. El 19 de
noviembre de 1316, Clemencia enseñaba al pueblo de París a su rey neófito: Juan
I de Francia. El reino suspiraba después de seis meses de incertidumbre. Luis X
dejaba herencia legítima en el trono de Francia y Felipe el Largo asumiría la
regencia hasta la mayoría de edad del niño, los 13 años. El niño nació con una
salud formidable y, por aquel entonces, era protocolario mostrarlo a las altas
cunas de Francia, a los Grandes del Reino.
Es aquí donde aparece en este juego
la figura extraña, intrigante, temida: la Condesa Mahaut d’Artois. Un personaje
lleno de intrigas palaciegas, odios acérrimos contra sus hermanos, inteligente,
viperina, ¿envenenadora? Al poco tiempo de nacer, la condesa de Artois se
mostró solícita con la reina consorte para que le dejara presentar al rey
neonato ante la asamblea de los barones. Su deseo fue concedido y el 19 de
noviembre de 1316, Mahaut d’Artois presentaba a Juan I ante los altos barones
del reino francés. Como saben, esa misma noche, el pequeño rey empezó a mostrar
problemas graves de salud de forma repentina y cuando el cielo empezaba a tornarse
de miles de colores previos al azul nublado de París, el bebé moría dejando a
la corona francesa sin descendiente por primera vez en su historia.
No tardaron en pulular sospechas
sobre el extraño interés de la condesa para presentar al nuevo rey. La Condesa
Mahaut d’Artois no gozaba de muy buena reputación en la corte y las
desconfianzas cayeron sobre ella demasiado pronto. Tampoco le beneficiaba que
fuera la suegra de Felipe el Largo. La ecuación era sencilla: si Juan I moría,
Felipe, conde de Poitiers, se convertiría en el legítimo rey de Francia.
Pero la historia tiene más filos de
los que podía parecer. Cuarenta años después, en 1354, cuando la breve historia
de Juan I de Francia se había diluido en las aguas del tiempo, aparece en
escena un mercader sienés para reclamar la corona de Francia. Sí, de repente,
en plena guerra de los cien años, un desconocido exigía su lugar como máximo
regente del reino más rico y poderoso de Europa.
Lo que podría parecer las pretensiones de un
loco más, cargado de ínfulas espurias, llegó a convertirse en asunto de Estado.
No hubiera pasado a mayores si aquel mercader italiano no hubiera afirmado con
rotundidad que era el mismísimo Juan I de Francia. El mercader, que se llamaba
Giannino de Guccio, respaldaba su identidad en sus propios recuerdos y
vivencias y en las historias que le contaba un ermitaño de San Agustín que
había visto y oído la confesión de su nodriza en las postrimerías de su muerte.
Defendía que dos caballeros de la corte, instigados por una sospecha cada vez
más clara de que Juan I fuera asesinado, habían cambiado al bebé rey por el
propio hijo de la nodriza, para que fuera el plebeyo y no el rey primerizo el
sacrificado. Estos dos barones murieron en guerras posteriores sin poder
prestar declaración.
Se desconoce que la identidad de
Giannino de Guccio fuera la que afirmaba ser. La vehemencia con que contaba su
historia y la firme y decidida voluntad de recuperar su trono hizo que
pareciera verídica a ojos de algunas altas casas de la nobleza europea. Algunas
familias poderosas se dejaron convencer, bien persuadidos por sus jactanciosas
declaraciones o bien interesados por sembrar la discordia en un reino como el
francés, anhelado por muchos. El novísimo rey Giannino viajó por toda Europa en
busca del favor de los grandes del continente para reclutar hombres, caballos,
infantería con la que recuperar lo perdido, así como mercenarios que por
promesas, vendieran su espada al futuro rey francés. El mismísimo rey de
Hungría, Luis I, padre de Clemencia, apoyó su causa, así como el condado de
Siena y Roma. Venecia apostó por el mercader ofreciéndole liquidez para que
reuniera a un ejército de mercenarios. La regencia inglesa también apoyó la
causa del repentino, y para nada esperado, rey. No era la primera vez que
alguien se erigía como hijo legítimo de no sé quién rey para reclamar no sé qué
reino; era una práctica habitual en la Edad Media, pero lo que consiguió
Giannino merece un punto y aparte. No hubiera llegado a mayores si no hubiera
conseguido el apoyo de grandes casas reales de Europa, que dieron crédito a su
historia aunque, desgraciadamente, las aventuras de nuestro mercader vieron su
fin en 1361 en Uzés, donde fue capturado. Encarcelado por cometer alta traición
contra la corona, Giannino di Guccio, un personaje que no estaba invitado a la
historia política medieval, desaparecía para siempre dejando para la historia
una incertidumbre que jamás será resuelta. Seis fueron los años que estuvo en
cautiverio, o eso se cree, porque en 1367, su esposa era dueña de un testamento
firmado por Giannino cuya muerte nunca fue descrita.
De película, ¿verdad? Pero hay un
detalle que se me ha pasado por alto. Un detalle importante, o no, según como
quieran verlo, pero que seguro dará otra pincelada aún más misteriosa, aún más
intrigante, a esta historia singular:
“Papa Clemente,
juez inicuo y cruel verdugo, caballero Guillermo de Nogaret, rey Felipe, antes
de un año yo os emplazo a comparecer ante el tribunal de Dios, ¡sed malditos
vosotros y vuestra descendencia!”
Estas
fueron las palabras que el Gran Maestre de la Orden de los Templarios declamó
frente a una hoguera. Jacques de Molay, maldijo así a toda la dinastía de los
capetos (la dinastía real más importante y antigua en Europa) así como al Papa
y al consejero del rey de Francia, Guillermo de Nogaret. Para no aburrirles con
una interminable lista de reyes e hijos de reyes muertos en extrañas
circunstancias, sólo decirles que Felipe el Largo también murió a los seis años
de morir Juan I de Francia y dejó también sin descendencia el trono. Su hermano
Carlos IV gobernó por él y muere sin progenie seis años después. En definitiva,
los tres hijos del rey Felipe IV: Luis X, Felipe V y Carlos IV, mueren sin
descendencia alguna, acabando con el linaje de los capetos en doce años.
Curioso, ¿no?
Si ha llegado hasta aquí, es que le
habrá parecido interesante lo que encontré aquella tarde de noviembre. Al
final, el wikijuego de las narices convirtió una tarde monótona en una tarde
repleta de intrigas, traiciones, reyes envenenados y maldiciones. No está mal,
¿verdad? Si alguna vez se atreven, espero que encuentren al menos una historia
igual de apasionante que esta. Y que me la hagan saber, por supuesto.
P.D: Si les ha
gustado la historia, quizás les interese la saga de novela histórica de Maurice
Druon titulada "Los reyes malditos", donde narra la historia desde la
maldición templaria hasta el desencadenamiento de la Guerra de los 100 años.
Disfrútenla.
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