jueves, 27 de marzo de 2014

El wikijuego y lo que encontré en él.

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Hace un tiempo que en las tardes de solaz y aburrimiento, cuando el tedio aprieta sus garras para no dejarme escapar, me propongo a mí mismo un juego. Un juego absurdo, intrascendente, pero que llena esa hora mortal con curiosidades e historias que de otra manera no hubiera accedido a ellas. No recuerdo muy bien el momento exacto en que se iluminó la bombillita con aquella estupidez, pero bien les digo que no me arrepiento en absoluto. Este juego tiene su tinte de azar, suerte y, por supuesto, de tiempo libre. Es sencillo a la par que efectivo. Procedo:
            Cuando el sopor les inunde, hagan esto. Fíjense en el día en que estén. Esto es importantísimo porque de lo contrario…bueno, de lo contrario nada, es una gilipollez, pero tengo que ponerle reglas y como es mi juego, pues ale. A eso estamos, cojan la fecha en la que se encuentren agonizando de aburrimiento, váyanse a ese santo buscador yankee e introdúzcanla. ¡No pongan el año, sólo el día y el mes! Cuando estemos dentro del primer enlace que nos dé el buscador, Wikipedia (ese otro santo para los estudiantes de secundaria) nos organizará todos los hechos más relevantes de la historia que hayan sucedido en ese día, en ese mismo día en que se encuentran ustedes. ¿No les parece increíble? ¿Quién nos lo iba a decir? Pero la ciencia no se conforma con eso y además, para nuestro deleite, también nos aporta las fechas de nacimientos y muertes de personajes importantes, menos importantes, relevantes, menos relevantes y personajes que sería mejor no haber sabido nada de ellos, y todo esto sólo con un clic. El sueño de Asimov hecho realidad. Maravilloso.
Como el juego es de azar, deben elegir, sin ningún miramiento, el primer artículo a vuelapluma. Con los ojos cerrados, mirando a un lado, como quieran. Pero no miren. Y ya está. ¿Sencillo y estúpido verdad? Pero puede que les dé sorpresas, puede que ese día mortal de necesidad se convierta en un día con historias épicas, traiciones políticas, guerras, héroes, grandes personajes, personajes menores y personajes olvidados, o puede que el juego no dé más de sí y les ofrezca a personajes que no les reporte mayor inquietud. Para eso hay otra regla. Consiste en romper todas las reglas e ir leyendo por encima los titulares que nos ofrecen las efemérides.
            Como diría un amigo, “guarismos aparte”, hoy vengo a contarles una historia que descubrí haciendo esta memez, una memez que me llevó a conocer a un personaje, ¿cómo llamarlo, breve? Puede ser, sí, un personaje breve pero intenso, como el buen café, de sólo 4 días de vida pero con toda una historia detrás. Si les digo que fue rey, ¿qué me dirían?
            “1316: Juan I de Francia, el Póstumo (5 días de edad), rey francés y navarro” así rezaba el hipervínculo de Wikipedia aquel 19 de noviembre del año que se nos ha ido. Rey. Todo un rey de cinco días. ¿Quién podría decir más en menos? Pero el artículo era escueto, no aportaba demasiado, así que me vi obligado a investigar un poco por mi cuenta. La historia que descubrí, sencillamente, me alucinó.
            Como casi todas las grandes historias de reyes y reinos, ésta comienza con la muerte de uno de ellos. Luis X de Francia, hijo de Felipe IV, moría de forma repentina en Vincennes un 5 de junio de 1316. Su reinado había sido corto, de tan sólo un año de regencia. En su muerte todavía piafan los caballos del envenenamiento, aunque no quisiera distraerme demasiado. La situación en Francia era extrañamente nueva. Clemencia de Hungría, la viuda que lloraba la muerte de su breve rey, gestaba en su interior a un hijo legítimo. El miedo crepitaba en el ambiente ante una posible ausencia de un heredero varón que ponía sobre las cuerdas, por primera vez, al reino de Francia. Juana II de Navarra, hija del primer matrimonio de Luis X, quedó excluida desde un primer momento ya que, aparte de ser mujer, pesaba sobre ella la sospecha de una posible bastardía. El motivo, ser coetánea con el escándalo de adulterio que asoló a la casa real francesa en el famoso caso de la torre de Nesle, cuando aún era rey Felipe IV y Luis X sólo el príncipe aspirante. Su esposa de entonces, Margarita de Borgoña, y sus dos hermanas, fueron acusadas de haber sido sorprendidas en la torre de Nesle, una suntuosa torre de piedra situada a orillas del Sena, en pleno acto sexual con dos caballeros. Felipe IV no toleró en absoluto aquella traición y la esposa de su hijo, Margarita de Borgoña, y sus hermanas, fueron encarceladas. Poco tiempo después, Margarita aparecería muerta en su celda aunque aún se desconocen los motivos de su muerte. Pero esta historia es digna de más atención, así que centrémonos en la de nuestro brevísimo rey.
 Las leyes prohibían que una mujer se sentara en el trono del reino, por lo tanto, Juana II de Navarra quedaba descartada por completo. En las altas esferas de la corte, la sospecha de un envenenamiento empezó a cobrar fuerza y la sombra de la traición y la ambición cubría gran parte del cielo galo. La expectativa de que del vientre de Clemencia saliera una niña, ponía en el disparadero de salida a Felipe, apodado El Largo, conde de Poitiers, y hermano de Luis X. Si de Clemencia de Hungría no salía un varón, Felipe el Largo se erigiría como legítimo rey de Francia.
            Pero el día llegó. El 19 de noviembre de 1316, Clemencia enseñaba al pueblo de París a su rey neófito: Juan I de Francia. El reino suspiraba después de seis meses de incertidumbre. Luis X dejaba herencia legítima en el trono de Francia y Felipe el Largo asumiría la regencia hasta la mayoría de edad del niño, los 13 años. El niño nació con una salud formidable y, por aquel entonces, era protocolario mostrarlo a las altas cunas de Francia, a los Grandes del Reino.
            Es aquí donde aparece en este juego la figura extraña, intrigante, temida: la Condesa Mahaut d’Artois. Un personaje lleno de intrigas palaciegas, odios acérrimos contra sus hermanos, inteligente, viperina, ¿envenenadora? Al poco tiempo de nacer, la condesa de Artois se mostró solícita con la reina consorte para que le dejara presentar al rey neonato ante la asamblea de los barones. Su deseo fue concedido y el 19 de noviembre de 1316, Mahaut d’Artois presentaba a Juan I ante los altos barones del reino francés. Como saben, esa misma noche, el pequeño rey empezó a mostrar problemas graves de salud de forma repentina y cuando el cielo empezaba a tornarse de miles de colores previos al azul nublado de París, el bebé moría dejando a la corona francesa sin descendiente por primera vez en su historia.
            No tardaron en pulular sospechas sobre el extraño interés de la condesa para presentar al nuevo rey. La Condesa Mahaut d’Artois no gozaba de muy buena reputación en la corte y las desconfianzas cayeron sobre ella demasiado pronto. Tampoco le beneficiaba que fuera la suegra de Felipe el Largo. La ecuación era sencilla: si Juan I moría, Felipe, conde de Poitiers, se convertiría en el legítimo rey de Francia.
            Pero la historia tiene más filos de los que podía parecer. Cuarenta años después, en 1354, cuando la breve historia de Juan I de Francia se había diluido en las aguas del tiempo, aparece en escena un mercader sienés para reclamar la corona de Francia. Sí, de repente, en plena guerra de los cien años, un desconocido exigía su lugar como máximo regente del reino más rico y poderoso de Europa.
             Lo que podría parecer las pretensiones de un loco más, cargado de ínfulas espurias, llegó a convertirse en asunto de Estado. No hubiera pasado a mayores si aquel mercader italiano no hubiera afirmado con rotundidad que era el mismísimo Juan I de Francia. El mercader, que se llamaba Giannino de Guccio, respaldaba su identidad en sus propios recuerdos y vivencias y en las historias que le contaba un ermitaño de San Agustín que había visto y oído la confesión de su nodriza en las postrimerías de su muerte. Defendía que dos caballeros de la corte, instigados por una sospecha cada vez más clara de que Juan I fuera asesinado, habían cambiado al bebé rey por el propio hijo de la nodriza, para que fuera el plebeyo y no el rey primerizo el sacrificado. Estos dos barones murieron en guerras posteriores sin poder prestar declaración.
            Se desconoce que la identidad de Giannino de Guccio fuera la que afirmaba ser. La vehemencia con que contaba su historia y la firme y decidida voluntad de recuperar su trono hizo que pareciera verídica a ojos de algunas altas casas de la nobleza europea. Algunas familias poderosas se dejaron convencer, bien persuadidos por sus jactanciosas declaraciones o bien interesados por sembrar la discordia en un reino como el francés, anhelado por muchos. El novísimo rey Giannino viajó por toda Europa en busca del favor de los grandes del continente para reclutar hombres, caballos, infantería con la que recuperar lo perdido, así como mercenarios que por promesas, vendieran su espada al futuro rey francés. El mismísimo rey de Hungría, Luis I, padre de Clemencia, apoyó su causa, así como el condado de Siena y Roma. Venecia apostó por el mercader ofreciéndole liquidez para que reuniera a un ejército de mercenarios. La regencia inglesa también apoyó la causa del repentino, y para nada esperado, rey. No era la primera vez que alguien se erigía como hijo legítimo de no sé quién rey para reclamar no sé qué reino; era una práctica habitual en la Edad Media, pero lo que consiguió Giannino merece un punto y aparte. No hubiera llegado a mayores si no hubiera conseguido el apoyo de grandes casas reales de Europa, que dieron crédito a su historia aunque, desgraciadamente, las aventuras de nuestro mercader vieron su fin en 1361 en Uzés, donde fue capturado. Encarcelado por cometer alta traición contra la corona, Giannino di Guccio, un personaje que no estaba invitado a la historia política medieval, desaparecía para siempre dejando para la historia una incertidumbre que jamás será resuelta. Seis fueron los años que estuvo en cautiverio, o eso se cree, porque en 1367, su esposa era dueña de un testamento firmado por Giannino cuya muerte nunca fue descrita.
            De película, ¿verdad? Pero hay un detalle que se me ha pasado por alto. Un detalle importante, o no, según como quieran verlo, pero que seguro dará otra pincelada aún más misteriosa, aún más intrigante, a esta historia singular:
“Papa Clemente, juez inicuo y cruel verdugo, caballero Guillermo de Nogaret, rey Felipe, antes de un año yo os emplazo a comparecer ante el tribunal de Dios, ¡sed malditos vosotros y vuestra descendencia!”
Estas fueron las palabras que el Gran Maestre de la Orden de los Templarios declamó frente a una hoguera. Jacques de Molay, maldijo así a toda la dinastía de los capetos (la dinastía real más importante y antigua en Europa) así como al Papa y al consejero del rey de Francia, Guillermo de Nogaret. Para no aburrirles con una interminable lista de reyes e hijos de reyes muertos en extrañas circunstancias, sólo decirles que Felipe el Largo también murió a los seis años de morir Juan I de Francia y dejó también sin descendencia el trono. Su hermano Carlos IV gobernó por él y muere sin progenie seis años después. En definitiva, los tres hijos del rey Felipe IV: Luis X, Felipe V y Carlos IV, mueren sin descendencia alguna, acabando con el linaje de los capetos en doce años. Curioso, ¿no?
            Si ha llegado hasta aquí, es que le habrá parecido interesante lo que encontré aquella tarde de noviembre. Al final, el wikijuego de las narices convirtió una tarde monótona en una tarde repleta de intrigas, traiciones, reyes envenenados y maldiciones. No está mal, ¿verdad? Si alguna vez se atreven, espero que encuentren al menos una historia igual de apasionante que esta. Y que me la hagan saber, por supuesto.
P.D: Si les ha gustado la historia, quizás les interese la saga de novela histórica de Maurice Druon titulada "Los reyes malditos", donde narra la historia desde la maldición templaria hasta el desencadenamiento de la Guerra de los 100 años. Disfrútenla.

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