Murió Gabriel García Márquez el día de mi cumpleaños. Triste
regalo. Murió mi escritor. Aquel que ocupa mi altar particular. Si alguna vez
intenté al menos escribir ficción fue gracias a él. Soy hijo de su inspiración,
aquella que parecía emanar de una fuente inagotable de genialidad. Chorreaba
borbotones de magia en cada palabra que escribía. Gabo encontró aquellos “espíritus
esquivos de la poesía” que mencionó una vez cuando le entregaron el premio
Nobel. Hace unos años que dejó a la literatura, bien por su estado físico, bien
por que creyera que no podía darle más de lo que le dio. La dejó en el sentido
más estricto de la palabra aunque la literatura nunca lo dejó a él. Para
siempre llevaría colgado de sus hombros Macondo, Aureliano, Amaranta, la Mamá
Grande, Santiago Nasar, su coronel…
No puedo decir más. Tampoco es necesario. Hoy la literatura
no tiene quien la escriba. Ojalá esté bien, allá donde esté, derritiendo oro y
fabricando pececitos para volverlos a derretir. Ayer vi el cielo lleno de
mariposas amarillas. Se nos ha ido el Gabo.